–¿No comprendes que es necesario matarla?
La pregunta flotó en la quietud de la noche, dio la impresión de que permanecía un momento inerte en el aire y finalmente se alejó hacia el mar Muerto.
Hércules Poirot se quedó inmóvil, con las manos en el alféizar y el ceño fruncido. Al cabo, cerró la ventana, impidiendo el paso del molesto aire nocturno. Había sido educado en la convicción de que el aire exterior estaba muy bien fuera de las habitaciones y de que el aire nocturno era terriblemente nocivo para la salud.
Mientras corría las cortinas y se dirigía a la cama, sonrió burlonamente. «¿No comprendes que es necesario matarla?» Era curioso que un detective como él hubiera oído esas palabras en su primera noche en Jerusalén.
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