La señorita Lemon, eficiente secretaria de Poirot, atendió la llamada telefónica.
Dejando a un lado su cuaderno de taqui- grafía, levantó el auricular y dijo con voz desanimada: «Trafalgar, 8137».
Hércules Poirot se recostó en su butaca vertical y cerró los ojos. Con expresión meditativa, se puso a golpear suavemente con los dedos el borde de la mesa. En su cabeza siguió dando forma a los pulidos párrafos de la carta que estaba dictando.
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