Hércules Poirot salió del restaurante La Vieille Grand’Mère, en el Soho. Se alzó el cuello del abrigo por prudencia más que por necesidad, puesto que la noche no era fría. «Pero, a mi edad —solía decir Poirot—, uno no corre riesgos.»
Estaba abstraído, pensativo, soñoliento y satisfecho. Los escargots de La Vieille Grand’Mère le habían resultado deliciosos. ¡Un verdadero hallazgo aquel restaurante! Se pasó la lengua por los labios como un perro bien alimentado. Sacó un pañuelo del bolsillo y se lo frotó por los exuberantes bigotes.
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