Lamento enormemente… —empezó Hércules Poirot.
Le interrumpieron. No con brusquedad sino suave y hábilmente, con ánimo de persuadirle.
—Por favor, monsieur Poirot, no se niegue usted sin considerarlo antes. El asunto tendría consecuencias graves para la nación. Su colaboración será muy apreciada en las altas esferas.
—Es usted muy amable. —Hércules Poirot agitó una mano en el aire—. Pero, de verdad, me es imposible comprometerme a hacer lo que me pide. En esta época del año…
El señor Jesmond volvió a interrumpirle con su suave tono de voz. —Navidad… —dijo—. Unas Navidades a la antigua usanza en el campo inglés.
Poirot se estremeció. La idea del campo inglés en aquella época del año no le atraía.
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